Reconozco que esta semana
entre que he estado medio pachucha y ligeramente vaga, me he dedicado sobre
todo a leer así que he descuidado bastante el blog. Pensando en que podía
contar, he decidido que había que darle un homenaje a mi padre para celebrar su
día.
Cuanto mayor somos, más
nos vamos dando cuenta de lo importante que es la presencia e influencia de los
padres en nuestras vidas, en como afrontarla, en la formación de nuestra
personalidad y carácter, en nuestra educación, en nuestra base moral…en
definitiva en nuestro YO. Son nuestra referencia.
Hacia los míos sólo tengo
palabras de agradecimiento y orgullo, han sido fabulosos y siempre lo diré, es
verdad que hay cosas criticables pero… ¿Quién nació sabiendo ser padre? Lo aprendí
cuando tuve a mi hijo y os aseguro que siempre he pensado que se debía dar un
manual de instrucciones, por que es una de las cosas más difíciles de la vida.
Menos barra de pan bajo el brazo y más instrucciones…hombre ya…
Hasta ahora os he hablado
de ambos pero el peso pesado se lo ha llevado mi madre ya que con ella convivíamos
más. La profesión de mi padre ha sido siempre de horarios muy difíciles para la
familia, la bendita publicidad (recordaréis que éramos la familia Kodak) y si a
eso le sumamos que su mayor hobby es dormir, ahora entenderéis por qué nunca
llegábamos a tiempo a ninguna comunión de primos, ni al RACE, ni a casi ningún
sitio… bueno a misa sí, ahí estábamos peleándonos por ponernos lo más alejados
de mi padre y sus cánticos a pleno pulmón mientras te abrazaba por los hombros
para evitar tu inminente fuga. Encho que era más listo, se solía poner en otro
banco para evitar el bochorno pero Javier, la sombra de mi padre, nos venía muy
bien en esas situaciones ya que el se quedaba a su lado encantado, de ahí su
apodo” pelota, cara caucho que hueles a goma”.
A todos nosotros nos hizo
pasar por situaciones bochornosas que en el fondo, muy en el fondo era un subterfugio
para marcar nuestro carácter y dotarlo de personalidad.
El premio gordo fue el día
que se compró coche nuevo, imaginaros la ilusión cuando nos lo dice ¡¡¡ Coche
nuevo !!! , bajamos como locos al garaje para verlo y nos encontramos con el
tomatito. Yo pensé que era una broma, de mal gusto, pero una broma, nos
quedamos espantados ante ese 124 rojo fosforito con pegatinas de 2000 en color
negro atravesando los laterales. Pensábamos que se habría comprado un coche de
padre y no uno de jovencito corredor de rallyes…se empeñó en que nos montáramos
para dar una vuelta en su nueva carroza y cuando ese motor se puso en marcha,
la cosa empeoró y bastante. ¡¡ Sonaba a coche de macarra !! Instintivamente nos
tiramos los 4 en plancha al suelo para que nadie pudiera vernos, y sí, no recuerdo el paseo ya que sólo miré a la
alfombrilla.
De todos, a la que más
afectó fue a Ana, Javier estaba encantado, Encho sólo lo sufría cuando íbamos
de viaje y yo, una vez asumido no le daba más importancia, pero para Ana fue un
suplicio. Mi padre se empeñaba en llevarla al colegio, de malotes y pijos de
Madrid, y ante la imposibilidad de negarse, lo que si le exigía, era que la
dejara una manzana antes de llegar, para que no la viera ningún compañero
bajarse del tomatito.
Una cosa buena si tenía,
se le oía desde la Pza. del Perú y ya estábamos preparados cuando llegaba a
casa. También hacía amigos en los semáforos, recuerdo un día en que un gitano
que vendía mecheros se acercó y le dijo “pedazo carro, este tira como ninguno,
yo tuve que venderlo por que consumía mucho”, ahí creo que fue la única que vez
que se planteó dudas sobre su decisión…Estuvimos dando gracias a Jaime Sainz de
la Maza durante 10 años por habérselo vendido, que gran amigo… hasta que Javier
se apiadó de todos nosotros y decidió aparcarlo en Los Tornos ¡¡ Gracias,
hermano!!
En Noja rápidamente le
pusieron un apodo acorde con él, su coche y su forma de conducción letal: El Barón
Rojo
A mí, además de
avergonzarme con sus amigotes presentándome como un caramelito para sus hijos,
hablando de dotes y futuros compromisos con ellos, que todo sea dicho de paso,
no me miraban a la cara… siempre les he gustado más a los padres que a los
hijos… en cuanto tenía oportunidad se presentaba en mi pandilla como mi hermano
mayor. Pero un día le devolví la pelota… se acercó con ese andar tan característico
suyo, metiendo tripa y sacando pecho, a lo jovenzuelo, y les preguntó a los
chavales de la pandilla que estaban jugando al voley playa si se podía apuntar.
Ni que deciros que no era lo suyo y que cuando hacía un esfuerzo se olvidaba de
meter tripa…yo estaba sentada con varios amigos viéndoles jugar y uno de ellos
me pregunta ¿pero quien es ese señor?, a lo que contesto “el típico abuelo que
se quiere hacer el juvenil…”, la conversación se alargó bastante hasta que
Gonzalo se pasó un poco, culpa mía por darle cancha, y entonces grité “papá,
anda déjalo ya que te va a dar algo”. Gonzalo se quería morir y mi padre
soltando dos gracietas se volvió a ir más ancho que largo, volviendo a meter
tripa.
La que empezó a hincharse
como un pavo, fui yo cuando entré en el mundo de la publicidad
y empecé a conocer gente con la que había trabajado mi padre, cuando la
descripción que hacían era unánime y siempre dicha con mucho cariño “tu padre,
es un señor”, y ante eso ¿qué respondes?, pues lo que puedes mientras sonríes y
el orgullo te invade. También me ha contado que sus presentaciones en Kodak
eran multitudinarias, que nadie se las quería perder y que entraban hasta las
secretarias.
Ha tenido un Don de
gentes y una gracia natural que he ido descubriendo a través de la profesión
por que tal y como decía mi madre…”tu padre, es placer de casa ajena”. En casa
era estricto salvo cuando volvía de algún evento con una copuca y mi hermana
aprovechaba para que le firmara cheques y así sacarle algo de pasta, ya que era
poco gastador y las pagas eran muy reducidas. Aunque es una de las cosas que le
agradezco en el alma, ya que nos hizo apreciar el valor de las cosas y evaluar
el esfuerzo, grandes valores que hoy en día están olvidados para desgracia de
todos.
¿Guapo, eh?
En definitiva, estoy
orgullosa del padre que me engendró y de todo lo que me ha enseñado y transmitido,
pero no creáis que aquí acaba la cosa, quedan muchas anécdotas por contar…
Lo confieso: me cargué el tomatito para hacerle un favor a papá. En su último viaje completo, de Mojácar a Noja, apenas 900 Km, se tragó una lata de cinco litros de aceite. Y ese dispendio no podíamos mantenerlo en casa. He dicho. (Y si no me creéis, siempre podré decir que el coche patinó en su propio aceite, ¿no?)
ResponderEliminarHola
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