No sé porqué pero mi vida
está plagada de situaciones absurdas, muchas veces he intentado encontrar un
sentido a esto pero nunca llego a nada en claro, si después de leer este post
vosotros vislumbráis alguna razón coherente os pido por favor que me lo hagáis
saber.
En el trabajo me han
pasado muchas, pero claro si tenemos en cuenta las horas de nuestra vida
dedicadas a trabajar y más en mi profesión, la estadística es clara, a más horas
más posibilidades.
Voy a empezar contándoos
una situación sin pies ni cabeza vivida con un cliente que además de educado,
simpático y cercano, era guapo (lo que no suele facilitar las cosas). Pues bien, estábamos en plena campaña con
timings muy apretados y como siempre con urgencias de última hora, para
sobrellevar este estrés tienes que tener nervios templados pero al final
siempre acaba estallando por algún lado y ese día fue a través de un e-mail.
Envié últimos cambios sobre unos bocetos para meterlo urgentemente en Arte
Final, trasladando la importancia de respuesta urgente a Juan, el cliente, y
despidiéndome amablemente con un sakudo, en lugar de un saludo. Como veréis en
vuestro teclado la K está a la izquierda de la L, por tanto fueron las prisas
las causantes del error. El caso es que como no contestaba mi e-mail, tras
esperar con la cara pegada a la pantalla durante cerca de ½ hora, no hay que
atosigar al cliente…le llamo y le pregunto si lo ha podido leer y me contesta
que si pero que no se atrevía a contestarme por si le “sacudía”. Evidentemente
tuve que releer mi email para entenderle y entonces dejé paso a la risa, lo que
relajó al máximo la situación. Aún soy amiga de Juan aunque sólo mantengamos
contacto por FB ya que trota por el mundo sin parar.
Una vez en el cliente, el
tema no mejora, se supone que siendo cliente la presión es menor pero claro un
jefe sigue siendo un jefe trabajes donde trabajes, ya sea agencia o cliente.
Pues bien llegó un jefe nuevo al departamento y nadie le conocíamos así que
pregunté a mis colegas de agencias por él, me dijeron que le apodaban “el
paliza” ya que su apellido se parecía mucho fonéticamente hablando y era algo
pesado en su forma de comunicarse, el caso es que cometí un gran error de
confianza y acabé por pagarlo. Un día salió de su despacho muy nervioso porque
no funcionaba algo de su móvil y pedía a gritos alguien que tuviera un Nokia y
para mi desgracia tuve dos cosas en contra, además de tener un Nokia fui lenta
de reflejos. Se abalanzó sobre mi móvil y me comunicó que iba a llamarse así
mismo, palidecí, me entró taquicardia y le dije dulcemente… no déjame que ya te
llamo yo…y él empeñado en que tenía que hacerlo él mismo para ver que salía en
la pantalla al realizar la llamada, así que no me quedó otra que asumir lo que
iba a pasar en breves instantes…conté los segundos…1…2…3… y por fín oigo “Con
que paliza, ¿eh?”. Hubo un vacío que duró segundos, silencio sepulcral, nada se
movía a nuestro alrededor hasta que reaccioné. Como es bien sabido no hay mejor
defensa que un buen ataque así que levantándome para huir de ahí cuanto antes,
le contesté “ no, si ahora tendré yo la culpa de cómo te apodan en la
profesión”. El surrealismo no acaba aquí, viene detrás de mío preguntándome
¿hablan de mí en el sector?. ¡¡NO daba crédito!! Entré como una avalancha en el
despacho de una amigo y compañero que me pregunta ¿Ceru porqué estás morada? Y
detrás “el paliza” insistiendo en querer saber hasta donde llegaba su fama…
Como recuerdo suyo tengo
un cuadro que me hizo al irse de la empresa y que tengo colgado en mi salón.
Reconozco que en la que
os voy a contar ahora si tuve más culpa que en las anteriores pero es por un
tema incontrolable de mi inconsciencia. Creo que es una herencia materna, por lo de no dar demasiada importancia a las cosas.
Durante varios años he ido en moto por Madrid ya que trabajando en Gran Vía era
imposible ir en coche todos los días sin comerte mil atascos y si a esto le
sumamos mi pasión por las motos…pues llegamos mi Marauder 125 que conducía en
aquella época. Era preciosa y la disfrutaba una barbaridad además de llegar a
todos sitios en un santiamén. Hasta aquí fenomenal, pero como me negaba a ir al
trabajo disfrazada de marimacho por el sólo hecho de ir a trabajar en moto,
combinaba la custom con tacones y el día que os voy a relatar, en concreto,
llevaba unos botines de charol negro con taconazo, ideales. El único fallo fue
que al poner la pata de cabra está volvió a su sitio sin avisar y la que se
apoyó en el suelo fui yo con moto incluida. El golpe se amortiguó con la moto
de al lado que a su vez cayó sobre la de su derecha y así hasta derrumbarse
unas 6 motos en cadena. No pude huir de semejante horror ya que estaba
aprisionada entre la mía y la siguiente y hasta que no me ayudaron unos
barrenderos a salir de ese revoltijo tuve que pasar la vergüenza de mi vida,
ahí tan mona con mis tacones…Pero no acaba aquí la cosa, que va…aquí
empieza…Con toda la dignidad de la que pude hacer uso, tras recolocar todas las
motos con la ayuda de mis amigos barrenderos bajo la atenta mirada de medio
Gran Vía, candé mi moto y las revisé todas, una a una, para ver si se habían
dañado de alguna manera. Una vez que comprobé que estaban todas en perfecto
estado subí a trabajar como si tal cosa aunque me tocó aguantar bromas toda la
mañana. El caso es que cuando por la tarde voy a montar en mi moto para volver
a casa veo una nota en la moto que decía así: “Soy un compañero tuyo de
Telefónica, cuando te has caído con la moto has golpeado el tubo de escape de
la mía, te agradecería te pusieras en contacto conmigo para los datos de la
aseguradora. Muchas gracias. Fdo: XXX”. Ahora debo aclarar que XXX era un
jefazo que me habían presentado la semana pasado para el que estaba realizando
un vídeo corporativo para una convención a alto nivel. Primera reacción =
¡¡GLUP!! Unida a una sensación extrema de calor, previa al pánico…¡¡Y ahora…que
hago…!!, sí o sí va a saber quien soy por los datos del seguro así que voy a
tener que dar la cara y cuanto antes mejor.
Tras una noche dando
vueltas sin encontrar solución alguna, vuelvo a la mañana siguiente al trabajo
y le llamo por teléfono. Debo confesar que tenía todo a mi favor porque Diego
es un tío estupendo, educado, profesional, sosegado, un encanto vamos
-
Hola Diego,
buenos días, soy Lucía.
-
Hola Lucía
¿Qué tal, me llamas por algo del vídeo? ¿Necesitas algo? dime en que te puedo
ayudar.
-
Noooo, es
algo personal…mira es que estoy preocupada por que me han dicho que has hablado
mal de mí y me gustaría que lo habláramos. (Aquí mi arraigada inconsciencia
cumple un papel relevante, todavía no sé por qué dije algo así)
-
(Gran
silencio) ¿Cómo? (más silencio) ¿Qué yo he hablado mal de ti? No, no he hablado
con nadie de ti (primera en la frente, ni bien ni mal, no he hablado…). Te lo
puedo asegurar, no sé quien te lo habrá dicho pero no es verdad.
-
¿De verdad? …¿Diego,
estás seguro?...
-
Sí…claro que
estoy seguro.(con la mosca detrás de la oreja)
-
Entonces dime
que no has puesto verde a quien te ha abollado la moto…
-
¡¡Eres tú!!
Me lo tenía que haber imaginado…El del kiosco me dijo que fue una chica y que
estaba muy apurada revisando todas las motos… pero, tú…
A partir de ahí cada vez
que teníamos una reunión, avisaba al resto de participantes de que no se
pusieran a mi lado que tenía tendencia a caerme hacia los lados.
Para tranquilizaros os
diré que el vídeo fue un éxito y que con Diego me llevé a las mil maravillas.
Ese es otro punto a tener en cuenta en estas situaciones, que siempre acaban
bien.
Por último voy a contaros
un surrealismo de lo más divertido que me ha pasado en la vida. Esta vez no fue
en el trabajo, fue después de una comida de ex compis cuando intentaba
localizar un taxi para volver al trabajo. Como la sobremesa se había alargado
iba apurada de tiempo y también es cierto que comimos con vino así que mis
reflejos no estaban al 100% y debo anotar que era un día soleado y con mucha
luz. Estaba parada en un semáforo de la C/Orense que no tiene paso de cebra, es
sólo para coches y por tanto te tienes que fijar para saber que los coches
paran por el semáforo y no por que sí.

Tras unos minutos
intentando parar algún taxi sin éxito, eso sí entre charla y risas con amigos,
frena uno a mi lado, así que me dispongo a entrar marcha atrás culete en pompa
cuando oigo unos gritos desde dentro ¡¡¡Nooooo, noooo que estoy aquí!!! del susto por los gritos y
notar que se movía algo, yo también me pongo a gritar mientras me giro y sólo
veo unos dientes blanquísimos y unos ojos aterrados. Cuando consigo serenarme
me doy cuenta de que estaba a punto de sentarme sobre el regazo de un señor
negro, vestido de negro, en un asiento negro… parapetándose tras sus brazos
extendidos hacia mi. Me recompongo como puedo y le digo ¿no va a salir? y el
todavía encogido y con cara de miedo contesta que no, entonces regañé al
taxista por parar si no se iba a bajar el señor y entre carcajadas me dijo que
paró por que había un semáforo…
Los coches de detrás
pitaban y se reían señalándome, al taxista se le caló el coche del ataque de
risa que le entró y mis amigos todavía me lo recuerdan entre carcajadas y lágrimas.
Ni que decir que desde
entonces, lo primero que meto en un taxi es la cabeza para examinar con lupa el
interior antes de meter un pie.
Parece que con la edad
estas situaciones van disminuyendo y la verdad es que las echo de menos porque
tenían su punto ¿o no?